domingo, 4 de octubre de 2009

El Big Brother, la neolingua y por qué somos inmunes (por ahora) al totalitarismo

Tengámoslo por seguro, niños: 1984 es de las novelas más choteadas de la historia, quizá la que más lo ha sido, y no lo digo con ánimo de sugerir que esté sobrevalorada, nada de eso, a lo que me refiero es que esta novela ha sido ya revisada de arriba para abajo en casi todos sus aspectos. Vaya, si tan sólo George Orwell hubiese vivido unos añitos a su Magna Opus, pero también si las cosas hubiesen sido de un modo distinto probablemente las páginas de este libro no rebosarían de ese pesimismo que lo hacen único, y tal vez ni supiéramos que fue escrita. cosas que tiene la vida.

Investigadores de todas las ramas y de todos los pedigríes han estudiado y analizado las facetas de esta novela: El Partido Único que lo controla todo; la guerra para mantener la paz; la falsificación del pasado; el control de la población mediante la sobresaturación propagandística y de entretenimie0nto basura; la exacerbación del miedo y otras pasiones parecidas más el uso apropiado del slogan; el doblepensar, el patablar y, cómo no, el inefable Big Brother a quien le debemos la bandita de Möbius en la que la tele tenochca ha caído.

Se ha hablado de todo, o de casi todo salvo la neolingua, uno de los elementos más interesantes de la novela y que incluso llevó a George Orwell a escribirle una especie de apéndice a su novela sobre el modo en que este lenguaje macarronizado funciona, la gente no se ha percatado del valor que este elemento tiene dentro del libro, y es una lástima porque conforma una buena parte de él.

Winston Smith, el prota de la novela, trabajaba con ella, lo más parecido a su mejor amigo era una persona sumamente versada en el tema y lo era tanto que Winston se dio rápido color de que el muchacho pronto sería desaparecido por su comprensión del verdadero propósito de la neolingua, y así fue.
Remontémonos en el lejano pasado: el año era 2002, yo ya tenía metido el aguijón de la literatura y de la escritura, el primer Big Brother de la televisión mexicana le exhibía a la gente el horror el horror que la educación en México era (es), claro, los chilangos pensaron que eso se debía a que todos los participantes eran niños nice que estudiaron en escuelas patito privadas y no en lo Gloriosísima UNAM, lol. El caso fue que quise leer por mí mismo la inspiración del espanto que Endemol y Televisa nos recetaban. Si bien el Big Brother de la tele era básicamente igual al del reality, lo que fue realmente sorprendente y que hizo que haber conseguido prestado el libro de la biblioteca de ITESM Tampico valiera la pena fue para mí el haber identificado rápido a la neolingua como un lenguaje de programación.

En los internets hay una bola de gente medio babas que por dárselas de muy acá afirman cosas como que “Obama es bueno para usar la neolingua” cuando lo que realmente querían decir que Obama apela en sus discursos al doblepensar. Otros periodistas afirman, al contar sus desdichas a la hora de llevar un blog o una página personal, que el lenguaje de programación que usan para mantener arriba su sitio es “es como una especie de neolingua”. Obviamente no dirían eso si hubieran tomado clases de computación en la escuela de periodismo.

Para quienes no hayan leído el libro –que son los más- explicaré: la neolingua es una versión extrasimplificada del idioma inglés. Todos los adjetivos con connotaciones negativas fueron borrados de los diccionarios y para identificar la ausencia o falta de bondad o calidad en un objeto, situación o persona, tenías que escribir o pronunciar esa calidad o esa bondad escribiendo o pronunciando antes un no; entonces malo se convirtió en no bueno, caro se volvió no barato, tonto se volvió no listo y casi diría que gacho pasaría a ser no chido; eliminaron también los adjetivos que amplificaban los bondades básicas, a decir: exquisito, mejor, magnífico, sublime, y todas las demás variaciones de bueno fueron borradas de la neolingua, ahora para dar a entender ese escalamiento usabas preposiciones como más, doble, plus, menos, ante, bajo y todas ellas.
También se borraron palabras de significado subversivo y contrario al Insoc: Ciencia, arte y libertad. Luego le das a las palabras que quedaron la posibilidad de ser cualquier cosa: adjetivos, verbos, pronombres y sustantivos, los artículos ya no existen… y como cerecita metes palabras de significado ambiguo como “patablar” (hablar como pato, connotación buena si es para un amigo y connotación mala si quien lo dice es un enemigo, idónea para platicar con diputados); doblepensar (pensar una cosa y afirmar en público otra muy distinta con el mismo fervor) y otras de ese pelo. 

Una lengua extrasimplificada que se basa en acciones (comandos), con un vocabulario reducido y escaso margen para la interpretación, en la que cualquier palabra puede ser usada para cualquier propósito y cuente con una sintaxis flexible es adecuada para programar computadoras, chequen si quieren lenguajes como C++, el Basic, el HTML o cualquier otra; si le agregamos palabras inventadas para el debate político pejiánico estás creando, además, una cultura política estridente pero pobre.

Las lenguas se crean con el uso, inventar un modo de hablar y pretender que la gente lo utilice casualmente es un fin demasiado ambicioso. Primero requieres asegurar que tú o los tuyos permanecerán al mando mucho tiempo, incluso más allá del que estés vivo, y esa visión es una clase muy especial de política llamada “estadismo”.

Un estadista se preocupa por cómo vivirá la siguiente generación en lo que un político común se preocupa por la siguiente elección.  México durante el siglo XX tuvo un estadista: el general Plutarco Elías Calles, el diseñador del sistema político que rigió en nuestro país durante 70 años, lo malo es que ese sistema ya caducó desde hace un buen y no lo hemos sustituido con nada. Se requiere la ayuda de un estadista ahora y la generación de políticos que operan actualmente no piensa ni en la siguiente generación ni en la próxima elección, sino en la próxima quincena que van a cobrar o en el bello pasado que los ciudadanos no quisimos o no supimos valorar.

No se ve un estadista en el horizonte, y qué bueno, dadas las actuales condiciones un estadista seguro nos llevaría al totalitarismo más que a la creación de un sistema político mejor y más justo que el nos legó el general Calles.

Porque, al menos desde mi visión personal, un sabroso desmadre es mil veces preferible al orden impuesto a güevo, en el cual aquel que no se pliegue va al paredón.

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