martes, 11 de agosto de 2009

Desayuno de campeones

A don Kurt Vonnegut le debemos mucho, fue el primer autor que leí cuyos textos eran 100% literatura. Fue un descubrimiento el haber encontrado Payasadas (Slapstick) en el librero de la casa, teníamos muchos libros entonces, sepa el Gran Espíritu dónde quedaron todos ellos. Después caerían en mis garras otros de sus libros, pero me faltaba un libro en particular que era éste.

En plena crisis sanitaria por la influenza porcina (a) “AH1N1” caí en una librería de viejo de la Condesa en donde lo encontré: Desayuno de campeones, editado por el sello Bolsilibros A.L, de La Habana, Cuba, en el año 30 de la Revolución, y sin tener siquiera un ISBN. Me valió gorro que ese ejemplar costara $100 pesos, que es mucho más de lo que estoy dispuesto a pagar por un libro de viejo y lo hice gustoso. ¿por qué?, porque Desayuno de campeones es conocida como al obra maestra de don Kurt Vonnegut. Ya sabrán la alegría que me dio llegar a mi casa con ese libro.

Dostoievski dijo que todo es como el océano; yo digo que todo es como el celofán.

Cuando lo terminé me quedé con cara de wut, aparentemente la que era según la obra maestra de Kurt Vonnegut era el libro con la premisa más débil de todos los que le he leído. La cosa era así: Escritor de Ciencia Ficción es invitado a una ciudad más o menos pequeña del Medio Oeste gringo a una feria de las ciencias y las artes; dueño de concesionaria de Pontiac está perdiendo todos los tornillos de su cabeza. Escritor de Ciencia Ficción deja un rastro de ideas infecciosas en su camino, llega a la ciudad de tamaño más o menos pequeño; se encuentran ambos en la inauguración la feria; al concesionario de Pontiac, tras ser expuesto a las ideas infecciosas del escritor, se le vuelan de una vez todos los fusibles y lastima a muchas personas, al final sale el autor de la novela (Vonnegut mismo dentro de su novela) y resuelve todo contándole la verdad de su existencia al Escritor de Ciencia Ficción, FIN.

Parecería una premisa mema, pero luego de pensarlo bien entendí perfectamente el porqué de la veneración a este libro. Primero no se parece otras novelas suyas; luego tiene un humor todavía más socarrón del que tiene y le mezcla una irreverencia casi infantil de la siguiente manera: a la novela la llena de ilustraciones que el autor hizo con un plumón de esos que ahora usamos para etiquetar cds y dvds; y por si fuera poco, como ya dije Vonnegut no nada más cumple con la función de narrador, también nos suelta sus ideas sobre su país, sobre la guerra, sobre la humanidad y el estado de planeta, y no, no está tirando netas aunque podría decirse que sí.

Como no le bastó andar escribiendo sus opiniones y sus ideales en la novela, interviene activamente en el desarrollo de la historia como un personaje; la novela dentro de sus curiosidades cuenta con una cantidad desproporcionada de personajes cuyas acciones son narradas con la misma diligencia que si fueran ellos los protagonistas; para acabarla de amolar, esas ilustraciones que están distribuidas por toda la novela son de “castores abiertos” (lol), sale también asteriscos (*), chamarras, chaquetas, la bandera nazi, la bandera gabacha, unos calzoncitos de niña, fórmulas químicas… en suma , hace lo que se le pega la gana, resultando que el libro se aproxima a la metaficción de un modo clásico pero a la vez atrevido, ¿no lo ven? En esta novela Kurt Vonnegut es Dios redactando (¿ideando?, ¿dictando?) la Biblia.

Los que amamos su sentido del humor, los que aprendimos de su estilo, podemos estar seguros que ésta sí es su obra maestra, modifica su modo normal de ser pero sin dejar de ser él mismo, deja el sello de la casa que es la misma sensación de otros trabajos suyos: que la vida es tragicómica y que por lo tanto no vale la pena tomársela en serio. Carpe Diem.

Vonnegut escribiría más trabajos de mérito después de esta rapsodia, por lo menos una novela cada 3 o 4 años, algunas colecciones de cuentos, escribiría ensayos en varios periódicos –me han dicho que muchos de sus escritos aparecían en La Jornada incluso cuando La Jornada dejó de ser un periódico plural para convertirse en un panfleto- siendo particularmente célebre el que publicó cuando W. Bush invadió Irak por los lulz, apenas murió hace un par de años de una manera ridícula, se cayó mientras bajaba de la escalera de su casa que da a la calle.

Vonnegut dejó dicho en el prólogo de Desayuno de campeones que escribió esta novela para irse preparando para cumplir los 50 años. Quiso renovar su obra, darle nuevos bríos e incluso cambiando un poco el cast de sus novelas cuyo espíritu está resumido en el siguiente diálogo que el autor tiene consigo mismo.

-Qué librito más malo te estás echando, eh –me dije a mí mismo.

-Sí, lo sé –me respondí.

-Lo haces para no acabar suicidándote como tu madre.

-Sí, lo sé.

Etcétera.

domingo, 2 de agosto de 2009

¿Le puedo servir en algo?

Trabajar en una tienda departamental desangronsbe ser una monserga, tener el sueldo atado a comisiones también es una nefastez, y si a eso le agregamos que lo que vendes es libros, manito, estás amolado.

La gente que compra libros no se comporta como un comprador común, ¿por qué? Por la simple razón de que los ellos son esa clase de personas que prefieren perderse para luego encontrarse, cuando llegan a un cruce de caminos, a una encrucijada, generalmente tomarán el camino menos transitado; para los lectores el viaje es tan importante como arribar al destino, evitan las prisas, se detienen a oler las flores y se suelen recostar en los jardines durante las tardes de verano nomás pa ver pasar las nubes.

Los compradores de libros no requieren la misma clase de atención que se le da a alguien que quiere un pantalón o una mochila. Quienes compramos libros nos gusta hurgar en los estantes, ver qué hay y qué no hay, porque en una de ésas posiblemente esté el libro aquel que siempre deseaste tener porque lo leíste en la biblioteca de la escuela o aquella otra que te falta para comprender la parte vital de algún miembro de tu panteón personal. Uno nunca sabe.

La única manera en que un biblómano pudiera pedir la asistencia de  una de esas pobres almas vendedoras es que ya vio todo lo que quería ver y no encontró nada… y eso nada más sucede cuando el vendedor no estuvo importunando.

Por eso resulta hasta lógico ver que las grandes cadenas libreras están mutando a cafeterías que venden libros o en centros sociales en donde hay cineclub, se entretiene a los niños con cuentacuentos, tienen una galería de arte, ofrecen cursos, tienen una cafetería y, además, venden música, cine, artesanías, revistas periódicos y hasta, caray, libros.

Pobres de aquellos que deben vender libros en los mismos sitios donde se venden dulces y gabardinas, sus comisiones dependen más del azar que de la propia diligencia.