domingo, 2 de agosto de 2009

¿Le puedo servir en algo?

Trabajar en una tienda departamental desangronsbe ser una monserga, tener el sueldo atado a comisiones también es una nefastez, y si a eso le agregamos que lo que vendes es libros, manito, estás amolado.

La gente que compra libros no se comporta como un comprador común, ¿por qué? Por la simple razón de que los ellos son esa clase de personas que prefieren perderse para luego encontrarse, cuando llegan a un cruce de caminos, a una encrucijada, generalmente tomarán el camino menos transitado; para los lectores el viaje es tan importante como arribar al destino, evitan las prisas, se detienen a oler las flores y se suelen recostar en los jardines durante las tardes de verano nomás pa ver pasar las nubes.

Los compradores de libros no requieren la misma clase de atención que se le da a alguien que quiere un pantalón o una mochila. Quienes compramos libros nos gusta hurgar en los estantes, ver qué hay y qué no hay, porque en una de ésas posiblemente esté el libro aquel que siempre deseaste tener porque lo leíste en la biblioteca de la escuela o aquella otra que te falta para comprender la parte vital de algún miembro de tu panteón personal. Uno nunca sabe.

La única manera en que un biblómano pudiera pedir la asistencia de  una de esas pobres almas vendedoras es que ya vio todo lo que quería ver y no encontró nada… y eso nada más sucede cuando el vendedor no estuvo importunando.

Por eso resulta hasta lógico ver que las grandes cadenas libreras están mutando a cafeterías que venden libros o en centros sociales en donde hay cineclub, se entretiene a los niños con cuentacuentos, tienen una galería de arte, ofrecen cursos, tienen una cafetería y, además, venden música, cine, artesanías, revistas periódicos y hasta, caray, libros.

Pobres de aquellos que deben vender libros en los mismos sitios donde se venden dulces y gabardinas, sus comisiones dependen más del azar que de la propia diligencia.

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